Este lunes 24 de agosto, poco más de 25 millones de niños y adolescentes retornan a las escuelas para iniciar el ciclo escolar 2015-2016. El regreso a las aulas, representa siempre un choque de emociones. Muchos se resisten a salir de casa y otros desde una noche antes dejan lista la mochila y el uniforme para que no se les haga tarde. Las escuelas de México se llenarán, por los próximos meses, de sonrisas, expectativas e ilusiones de individuos que por naturaleza tienen deseos de aprender.
Siempre nos han dicho que si uno va a la escuela es para cultivarse y ser mejores cada día. Desde la visión más romántica y sentimentalista podríamos decir que ese es el objetivo de la escuela y lo escucharemos repetidamente en discursos políticos de inauguración de ciclo por toda la república mexicana. Sin embargo,la estadística marca que estamos lejos de esa intención. Manuel Gil Antón, profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México, afirma que “el proceso educativo formal mexicano no puede estar peor”, y es que basándose en los resultados de las evaluaciones más recientes y en cómputos históricos, aproximadamente un millón de alumnos (entre los 6 y 17 años) deja (o es excluido) de las aulas en un año escolar (200 días), muestra clara de que el rezago sigue aumentando cada cicloy sigue golpeando a las poblaciones más vulnerables: pobres e indígenas. Hasta este momento las políticas educativas, con sus reformas y procedimientos, no han podido (o querido) frenar esta barbarie.
Para desgracia, el problema no es sólo eso, incluso si permanecenen las aulas y concluyen los 12 años de educación, afirma Gil Antón, 60 % de esos jóvenes no aprenderán lo necesario para enfrentarse a este mundo. No al menos, hasta que el mismo sistema, que alimenta el rezago, cambie y se transforme. Para eso falta mucho. Entonces, cabe la pregunta ¿Para qué ir a la escuela?
Si queremos, desde nuestro papel de profesores, que nuestros niños sigan en la escuela y que si terminan aprendan lo necesario, debemos aceptar en primer lugar que la gran mayoría de los motivos para ir a la escuela no son los contenidos de los programas de estudio, ni las lecciones de los libros, mucho menos las bondades del sistema educativo. Las motivaciones por lo que los niños y jóvenes van a la escuela son todo menos eso.
Los niños y jóvenes van a la escuela por los amigos, por los juegos del recreo, por la chica de ojos verdes o por el muchacho de ceja poblada, van por las piernas de la maestra lupita o por la cáscara de futbol en educación física, van a compartir su celular o hablar de la última publicación de Facebook, van por la novia o el novio, vanporque no quieren estar en casa o porque no hay otro lugar a donde ir. Van, precisamente por todo aquello que se les limita y se les censura. En el momento en que todo eso lo tomemos en cuenta para que aprendan, como objeto de estudio para que desarrollen sus potencialidades, para que sean capaces de enfrentarse, cuestionar, criticar y construir, para tomar sus decisiones y ser responsables de sus actos, entonces en ese momento quizás estemos derribando una escuela donde sólo se encontrarían conrepresión y reprobación, exclusión.
Esta forma libre (para muchos prohibida) de aprender, debe ir acompañada de una transformación en la práctica diaria, en los programas de estudio, en las escuelas formadoras de maestros y las políticas educativas del gobierno, y sí, para eso hace falta mucho esfuerzo.
Estamos en un sistema educativo donde nos calificamos por exámenes y numeramos nuestra dignidad (“la chica de 5”, “el joven de 10”), donde nos ponen a leer cosas que no nos impartan y a escribir emociones que no sentimos. Vivimos en un sistema que nunca pregunta ¿Para qué ir a la escuela? Y nunca deja preguntar ¿Para qué voy? Como si el preguntar, o formar individuos que cuestionan, fuera peligroso.
Recordemos a aquellos docentes que nos marcaron en nuestra etapa escolar, ellos fueron más allá del libro de texto o del programa de estudio, nos conocieron y utilizaron ese “conocimiento de nosotros” para que sin darnos cuenta aprendiéramos y lográramos enfrentarnos a este mundo. Permitieron que siguiéramos en la escuela y que ese lugar no fuera uno más donde se reprimiera mi condición humana, muy al contrario, se liberara mi humanidad. Quiero pensar que eso maestros no dejaban de cuestionar ¿Para qué ir a la escuela?
Por más maestros que conozcan y utilicen los motivos de sus alumnos para aprender y por una escuela libre que no reprima, censure o castigue nuestros motivos.
Vamos lento porque vamos lejos.
Paz, amor y bien.
Profesor Jesús M. Maya
Twitter: @JMMAYA
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