martes, 17 de agosto de 2010

17 de agosto de 2016

              Trabajo en una escuela primaria de la colonia Condesa. Imparto clases en el quinto grado de la escuela “Héroes del Bicentenario”. La cuál fue inaugurada hace casi exactamente seis años. Unos días más, unos días menos.

Andrea besó a uno de sus compañeros. En quinto grado es cuando generalmente se empiezan a despertar las grandes pasiones de los adolescentes, las hormonas empiezan a hacerse presentes en la mayoría de los chicos.

No tendría nada malo si consideramos que Andrea es un chico de 10 años, hijo de un matrimonio gay al que se le permitió adoptar durante el primer año de la reforma.
 

Andrea vive con sus dos padres, Ricardo y Alfredo, papá y papá, a los cuales cada año el día del padre les hace un obsequio en la escuela. Para él es común ver la representación del amor entre dos varones; aunque fue adoptado a los 4 años, ha sido natural ver las demostraciones de cariño, es por ello que su “aventura de hoy” no fue sorprendente, (para su familia) algún día tendría que ocurrir.

Le han roto la boca, porque Tomás -el chico besado- es hijo de una familia heterosexual, con un padre (para la de malas de Andrea) muy “macho”. No era de esperarse la reacción. Las autoridades educativas nos han dicho que debemos de evitar a toda la costa la discriminación de este tipo de familias, sin embargo en un país con una mentalidad tan machista es un todo un reto.

               Hoy, a seis años de esa decisión tomada en la corte, la sociedad es la que tiene que ver estos cambios, los maestros tenemos que resolver los problemas derivados de ello, los hijos adoptados por matrimonios gay son los que sufren las consecuencias. Y los ministros, aquellos que votaron e hicieron una aplastante mayoría ya no están, simplemente ya se fueron.