Por: Ariel López Álvarez
Gran Lector. Gran Escritor.
Siempre he pensado que no es fácil comunicar ideas. Afortunadamente existen muchos que me contradicen, sobre todo aquellos que se han educado para hacer accesible el conocimiento a los demás. Cuando los observo con detenimiento aprecio que tienen sus habilidades para la enseñanza pues, prácticos en la trasmisión del saber y manejándose con desenvoltura, hacen posible el aprendizaje de sus alumnos. Los he visto sacudir perezas, al grado de que más de un niño ha de soñar con llegar a ser como ellos.
Me refiero a los maestros, ciertamente, ejemplo vivo de la forma más acabada de servicio comunitario que ha concebido la sociedad para educar a sus miembros, y para describir mis encuentros con ellos de tantas ocasiones ahora pienso en los que he tenido la fortuna de conocer con mayor cercanía. Los imagino en un salón dándose a entender a través de la palabra, con gis en mano –o tal vez plumón- y tomándose el tiempo suficiente para organizar sus pensamientos. Expresándose en un estilo llano, repitiendo ideas como si no se les hubiera escuchado. Ayudándose con múltiples recursos del habla, enfatizando lo de mayor interés. También, los supongo pendientes de no perder la atención de la clase y dedicando más tiempo a los que menos saben, como si un sentido de equidad estuviera en su esencia. Creo que es fácil distinguirlos fuera del aula, pues conversan sin darse cuenta de que dialogan explicitando cuanto desean comunicar. Contrario sensu, a veces los que estamos fuera del aula usamos formas de expresión que me recuerdan al viejo cuento europeo del automovilista que le preguntó a un lugareño: -¿A dónde lleva este camino?-. Bueno –respondió el pueblerino con certeza-, de un lado lleva a mi granja y del otro se sigue todo derecho.
Por cierto, esos que sienten la vocación para el magisterio insisten en enseñar los fundamentos de las cosas y, con frecuencia, suelen regresar a las bases del conocimiento para comunicar nuevas ideas; mientras tanto, tienen que soportar estoicamente a los alumnos que imaginan que ya tienen capacidad para derribar fronteras, que sueñan que se hablan de tú con Einstein. ¿Será que los buenos maestros tienen razón en el eterno retorno a los cimientos del saber? y, por ejemplo, se me ocurre que, a los más avezados estudiantes de las matemáticas les sugerirían que por unos días abandonen los algoritmos que conocen de las operaciones básicas de la aritmética y se den tiempo para entender sus lógicas. O, si el joven gusta de la literatura, podría esperar respuestas parecidas a las contadas por Carlos Fuentes, acerca de un gran maestro suyo: “¿Cómo es posible que no hayas leído a Laurence Sterne?, no has entendido bien a Stendhal, el mundo no empezó hace diez minutos”. Luego, el autor de La región más transparente agrega: “Me irritaba; yo leía a contrapelo de sus enseñanzas, lo moderno, lo más estridente, sin entender que estaba aprendiendo su lección: no hay creación sin tradición, lo ´nuevo´ es una inflexión de la forma precedente, la novedad es siempre un trabajo sobre la tradición”.
Ahora que recuerdo, hace unos años, buscando lecciones de cómo escribir fue un maestro quien me recomendó leer una nota acerca de la admiración que García Márquez sentía por la forma tan brillante en que había sido construido El Principito, de Exupery. Curioso que un cuentecito haya sido y siga siendo un “parteaguas” para muchos, independientemente de la lengua en que se lea. Permítaseme imaginar a Exupery recomendando a niños y jóvenes, en tanto les sea posible, comenzar a escribir de la manera siguiente: Cuando construyan un párrafo les sugiero que escriban su primera oración en el orden lógico de sujeto y predicado. Luego, para la segunda piensen en qué dijeron en el predicado y tómenlo como sujeto, acomodando la nueva oración de la misma forma, de quién ahora hablan y qué quieren decir de ese sustantivo. Continúen con esa lógica para agregar más oraciones al mismo párrafo, es decir, que el predicado anterior detone al nuevo sujeto. Ah, no se olviden de que deben usar tantos puntos y seguido como sean necesarios, uno después de cada oración.
A fin de cuentas, creo que la relación con los buenos maestros tiene una ventaja: como la mayoría no son famosos pueden dispensarnos un breve tiempo. En ese diálogo, dejándonos hablar, nos ubican en el mundo terrenal cuando a pie juntillas tomamos ideas que flotan por el mundo moderno. Me he topado con quienes tienen sus reservas de que ahora se deba privilegiar el razonamiento y denostar el conocimiento memorístico y me recuerdan que sin la memoria nadie hablaría un idioma y, lo peor, que sin memoria no habría razonamiento alguno. En cierta ocasión recordamos una descripción que imaginó José Gorostiza, aquella de “No es agua ni arena la orilla del mar”. En siete estrofas en que se reitera esa imagen poética necesariamente todo lector requiere, por una parte, hacer uso de su memoria para recordar las características del lugar que describe el poeta, y necesita, por la otra, la comprensión del lector para entender que, sin jamás pronunciar la palabra, se está refiriendo a la playa. Así es que, en broma, han llegado a preguntarme de que si les puedo informar cuándo comenzó la pelea entre razonar y memorizar, que ellos no estaban enterados del pleito.
También me han manifestado sus dudas respecto a transportar al aula la incertidumbre de la vida. Luego, me han dicho cosas como: Ya me veo diciéndole a un niño que no existe la temperatura o que al que han visto pintado como Miguel Hidalgo es así, tal vez, porque alguien así lo imaginó. No, agregan, en principio los niños deben apreciar en su medio que un metal es frío y deben conocer el valor de nuestros próceres de la historia; luego, ya les llegará el momento en el que distingan la propiedad que tiene un metal para absorber calor, o también ya tendrán edad para entender muchos comparativos que, como la temperatura, el dinero, etcétera, sólo son invenciones humanas para relacionar cosas.
Vuelvo al principio para precisarlo. Entonces, comunicar no es fácil para personas que, como yo, no nos hemos educado para enseñar. De ahí otra idea que probablemente pudiera ser tema para la reflexión: comprender tampoco es fácil para quienes sólo se han atenido a las apariencias.
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